jueves, 9 de abril de 2020

Elogio al ferrocarril, y lamento por él.








Elogio al ferrocarril, y lamento por él.
 

Existen objetos que no pueden ser mejorados. Una bicicleta, un hacha, unos alicates… Imposible diseñar un utensilio mejor y más sencillo que sirva para la misma función. Son objetos o herramientas dotados de una extraña perfección, que nace de su misma simplicidad, poseedores de una belleza por así decirlo atemporal.

Para el blanquito asustadizo y provinciano que yo soy, el tren es uno de ellos. O tal vez sería mejor llamarlo por su primitivo nombre, ferrocarril, “chemin de fer”, carril de fierro. Esos raíles metálicos que se extienden atravesando paisajes y continentes sin aparente final. Caminos de hierro que se entrecruzan originando una malla que aunque incompleta envuelve la piel del mundo. La primera “www”, red a escala global.

De críos conocimos los bancos de madera de los trenes de cercanías de vía estrecha, tan duros e incómodos como hermosos en su sobriedad. Fuimos creciendo, pasaron las décadas y sin que fuéramos del todo conscientes asistimos con pasividad al paulatino desmantelamiento del sistema ferroviario. Las líneas que dan servicio a las zonas más despobladas y remotas nunca serán rentables si las analizamos solo desde el punto de vista económico. Y es precisamente eso lo que las convierte en socialmente más necesarias. Pero en esta fase del capitalismo financiero, (esperemos que fase final, y previa a su colapso), sin más perspectiva que el beneficio económico y la acumulación del gran capital, las líneas “deficitarias” fueron desmanteladas, y los servicios de las que quedaban privatizadas. Hay que reducir costes para aumentar beneficios. Para qué invertir en infraestructuras, o mantener puestos de trabajo, si es posible sustituirlos por máquinas expendedoras…


Por otro lado, el transporte público, en especial el ferrocarril, es una competencia indeseable para los “condottieros” de la automoción, los grandes fabricantes de automóviles, capaces de acaparar ayudas públicas en tiempos de crisis (planes renove) mientras las administraciones dejan huérfanas a las pequeñas empresas y los servicios públicos. No se pueden vender automóviles sin carreteras. En este país cuyo modelo económico está basado en el turismo y el ladrillo, los km de autovía crecían al mismo ritmo que los bloques de apartamentos. 

Ahora, convertidos en el país con más km de autovías por habitante de Europa (Fuente: Eurostat), asistimos perplejos a la paralización del mundo y al agotamiento del modelo en el que hemos crecido y al que hemos contribuido a mantener. Un virus, nos dicen, pero también aunque ahora difuminados y en segundo plano más presentes que nunca, la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, el agotamiento de los recursos, el aumento de la desigualdad y la pobreza, las guerras por los recursos… Pero todo esto es otra historia.

Habitante de una zona rural, no seré yo el que niegue la versatilidad y utilidad del vehículo privado. Pero desde aquel viaje iniciático en Interrail hace ya más de treinta años, cuando los astros y la ocasión se alinean  me dejo mecer por el familiar y entrañable traqueteo producido por el rodar de los vagones sobre las vías, y abandono la mirada a la contemplación sin prisas del paisaje que se despliega tras las ventanillas, hasta que un agradable sopor se adueña de mi conciencia. 

ZZZZZZZZZ


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