Elogio al ferrocarril, y lamento por él.
Existen objetos que no pueden ser mejorados. Una bicicleta, un hacha, unos alicates… Imposible diseñar un utensilio mejor y más sencillo que sirva para la misma función. Son objetos o herramientas dotados de una extraña perfección, que nace de su misma simplicidad, poseedores de una belleza por así decirlo atemporal.
Para el blanquito asustadizo y
provinciano que yo soy, el tren es uno de ellos. O tal vez sería mejor llamarlo
por su primitivo nombre, ferrocarril, “chemin de fer”, carril de fierro. Esos
raíles metálicos que se extienden atravesando paisajes y continentes sin aparente
final. Caminos de hierro que se entrecruzan originando una malla que aunque
incompleta envuelve la piel del mundo. La primera “www”, red a escala global.
De críos conocimos los bancos de madera
de los trenes de cercanías de vía estrecha, tan duros e incómodos como hermosos
en su sobriedad. Fuimos creciendo, pasaron las décadas y sin que fuéramos del
todo conscientes asistimos con pasividad al paulatino desmantelamiento del
sistema ferroviario. Las líneas que dan servicio a las zonas más despobladas y
remotas nunca serán rentables si las analizamos solo desde el punto de vista
económico. Y es precisamente eso lo que las convierte en socialmente más
necesarias. Pero en esta fase del capitalismo financiero, (esperemos que fase
final, y previa a su colapso), sin más perspectiva que el beneficio económico y
la acumulación del gran capital, las líneas “deficitarias” fueron
desmanteladas, y los servicios de las que quedaban privatizadas. Hay que
reducir costes para aumentar beneficios. Para qué invertir en infraestructuras,
o mantener puestos de trabajo, si es posible sustituirlos por máquinas
expendedoras…
Por otro lado, el transporte público, en especial el ferrocarril, es una competencia indeseable para los “condottieros” de la automoción, los grandes fabricantes de automóviles, capaces de acaparar ayudas públicas en tiempos de crisis (planes renove) mientras las administraciones dejan huérfanas a las pequeñas empresas y los servicios públicos. No se pueden vender automóviles sin carreteras. En este país cuyo modelo económico está basado en el turismo y el ladrillo, los km de autovía crecían al mismo ritmo que los bloques de apartamentos.
Ahora, convertidos en el país con
más km de autovías por habitante de Europa (Fuente: Eurostat), asistimos
perplejos a la paralización del mundo y al agotamiento del modelo en el que
hemos crecido y al que hemos contribuido a mantener. Un virus, nos dicen, pero también
aunque ahora difuminados y en segundo plano más presentes que nunca, la pérdida
de biodiversidad, el cambio climático, el agotamiento de los recursos, el
aumento de la desigualdad y la pobreza, las guerras por los recursos… Pero todo
esto es otra historia.
Habitante de una zona rural, no seré
yo el que niegue la versatilidad y utilidad del vehículo privado. Pero desde
aquel viaje iniciático en Interrail hace ya más de treinta años, cuando los
astros y la ocasión se alinean me dejo
mecer por el familiar y entrañable traqueteo producido por el rodar de los
vagones sobre las vías, y abandono la mirada a la contemplación sin prisas del
paisaje que se despliega tras las ventanillas, hasta que un agradable sopor se
adueña de mi conciencia.
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