viernes, 8 de mayo de 2020

Asomados al abismo


 


Asomados al abismo

Nos acercamos a Porto. En un momento dado, el tren atraviesa el río Duero, el Douro de los lusos. La visión es impactante. Un río caudaloso e imponente como no los hay en Euskal Herria, abriéndose paso entre terreno abrupto y laderas inclinadas, con espectaculares puentes atravesando el abismo. Sin embargo, para cuando logro preparar la cámara la visión se ha esfumado y nos internamos en un túnel que nos deja prácticamente en la Estaçao de Sao Bento. Serán las 13:00 h.

En la Estacion de Sao Bento

Los azulejos de Jorge Colaço
Pasamos de los andenes al interior del edificio de la estación. La sorpresa es total. ¡Nadie me había preparado para esto! El hall es espacioso y diáfano, con altas paredes decoradas con azulejos en casi toda su superficie. Hermosos murales en azul y blanco muestran escenas históricas o de la vida rural tradicional, creados a principios del siglo XX por el pintor y ceramista Jorge Colaço. Como más tarde comprobaremos, la llamativa presencia de azulejos en interiores y fachadas será una de las características de nuestro callejear por la ciudad.

Visto lo visto, sin ser marino y a falta de recorrer el Douro en barco, no creo que haya mejor manera de llegar por tierra a Porto que a lomos del ferrocarril, ni mejor puerta de entrada que los azulejos de Sao Bento. 


 

Pero por lo pronto queremos instalarnos. Nuestro albergue debe estar cerca de la estación, ahora repleta de viajeros y turistas. Salimos del edificio. Qué distinto se ve desde el exterior, una construcción severa y señorial de piedra oscura que no deja presagiar lo luminoso de su interior. Damos unas cuantas vueltas, hasta que caemos en la cuenta de que el albergue está en el mismo edificio de la estación. De tan próximo no lo veíamos. Pasamos por recepción, nos dicen que hasta las 14:30 no podemos subir a la habitación. No es problema. En una tasca próxima tomamos un sabroso y barato menú del día, y luego hacemos tiempo hasta la hora convenida, para refugiarnos del bochorno amodorrante de septiembre estrenando las literas con una prolongada siesta.

El albergue nos deja muy buena impresión. Combina la gracia de las construcciones antiguas (salas altas y luminosas, entrañables escaleras de madera) con un interior renovado, funcional y cómodo, y en recepción son muy amables. Una ducha y estamos listos.



De 17:30 a 23:30, pasaremos la tarde y la caída de la noche recorriendo esta ciudad de Porto, que desde las aristocráticas y señoriales alturas se desparrama en callejuelas hasta las riberas del Douro. Porto desciende al río en grandes desniveles, que en algunas  zonas son auténticos barrancos, como los que se dominan desde el puente de Dom Luis I. ¡Mal sitio para crecer si eres un crío al que a menudo se le escapa la pelota!

Me dejo conducir por Joseba, que ya conocía la ciudad. Pero sus recuerdos de hace veintitantos años a veces no concuerdan con lo que nos vamos encontrando. Aún quedan espacios, construcciones, rincones con el decadente encanto de lo cutre, con la esquiva belleza del deterioro y el abandono. Pero mayormente (re)descubrimos una Porto hermosa y bien cuidada, repleta de rincones atractivos, como consciente de su belleza. No es pues de extrañar que se la vea llena de turistas, muchos de ellos extranjeros como nosotros. 




Así que como buenos turistas nos aplicamos a la agotadora tarea de patear la ciudad de arriba abajo, lo cual en Porto no es solo alegoría sino realidad. Nuestro deambular nos conduce a edificios de aspecto colonial, a iglesias y conventos barrocos, a murallas de granito, a fachadas de azulejo, a locales decorados con exquisito gusto donde reposar las piernas con la excusa de un café o una cerveza, a agradables plazoletas con sus cafés y terrazas, al encanto anticuado y entrañable de las tiendas de toda la vida que resisten todavía a la presencia creciente de otros comercios claramente enfocados al “guiri”: tiendas de vinilos, de comics… Aquí y allá, vistosas fachadas modernistas, u otras más funcionales que recuerdan al Bauhaus. Y todo ello sin salir de la zona alta.



Un pastel de nata bajo la Torre dos Clerigos nos sirve para recapitular. Hemos visitado la librería de Sousa & Almeida, pateado por Rua Cedofeita, admirado los azulejos de Los Carmelitas y  de la capilla de las Ánimas. Nos hemos resistido a entrar en iglesias, museos o monumentos para centrarnos en vagabundear y dejarnos permear por el espectáculo de las calles de Porto, llenas de vida en esta tarde de verano. Hemos pasado de largo frente a Lello & Irmao, añeja librería a punto de morir de éxito. Su fama de ser una de las más bellas librerías del mundo, merecida por otra parte, la hizo ser elegida como localización para alguna de las pelis de Harry Potter. Conclusión: ahora se agolpan para entrar no ya los amantes de los libros, sino los fans de la serie. Lello & Irmao es más famosa que nunca, no ya como librería sino como atracción turística. Y hartos de lidiar con esa multitud que se saca selfies sin comprar ningún libro, los dueños han decidido cobrar entrada. Una instructiva historia para mostrar las transformaciones que inevitablemente provoca (provocamos) el turismo de masas. Joseba, que ya la visitó en su día, no tiene mayor interés. “Mañana iré”, me digo a mi mismo, a la vez que tomo nota al pasar de la situación del Museo de Historia Natural. “Mañana habrá tiempo”

Torre dos Clerigos




Detalle de Lello & Irmao






















Hasta ahora se diría que Porto fuera una ciudad de interior, viviendo de espaldas al mar y al río. Y así parece ser, al menos esta Porto más señorial y aristocrática que hemos recorrido hasta ahora. Pero ahora el sol está bajando, la luz pierde su dureza y una tonalidad cálida se adueña de la atmósfera. Es hora de moverse y asomarse al abismo…
Tiendas para guiris









Pasando de nuevo frente a Sao Bento, una cuesta nos conduce al Terreiro de Sé, la explanada de la catedral, en lo más alto de la ciudad. Bordeamos el macizo edificio sin demorarnos (“mañana”, vuelvo a decirme) y tras una ligera bajada, justo pasado el esbelto lienzo de la muralla Fernandina, nos plantamos en el Puente dom Luis I.


Puente Dom Luis I

¡Impresionante! Un arco atrevido y elegante que se estira sobre el Douro para sostener un puente doble. Avanzamos por la plataforma superior. ¡La inferior queda muy por debajo, casi a ras del río! El puente es una hermosa obra de ingeniería, construida en 1886 por el ingeniero alemán Théophile Seyrig, antiguo socio de Eiffel (otro de los puentes de la ciudad, el de María Pía, fue una colaboración de ambos), y parece salido de una obra de Julio Verne. Uno podría imaginarse al Nautilus navegar con su tripulación formada en uniforme de gala bajo su arco de piezas de metal remachadas. Pero si la construcción es hermosa, no lo es menos la perspectiva. El sol poniente comunica su calidez tanto a las riberas como a la aguas del Douro, hasta que poco a poco la creciente penumbra las inunda en sombras.

Las barcazas de Vila Nova de Gaia
Barranco hasta la ribera

Al otro lado del río la mirada domina las bodegas y pabellones de Vila Nova de Gaia, solar de los vinos de Porto, que de manos de los ingleses trajeron la prosperidad a la ciudad a partir del siglo XVII. Fondeados frente a las bodegas, antiguas barcazas para el transporte de las barricas de vino posan ahora para los turistas tras décadas de labor… Una hermosa visión. “Mañana, tal vez”, vuelvo a decirme, y por primera vez me temo que tal vez las horas no sean suficientes para abarcarlo todo.

Porto desde la otra ribera
Vista sobre la Ribeira

La noche va cayendo, ya a nuestro lado del Douro van iluminándose las luces de la Ribeira, antiguo barrio marinero y popular hoy aparentemente volcado a la hostelería y el turismo. Cruzamos el puente hasta Gaia, y por empinadas callejas y escaleras descendemos hasta casi la orilla del Douro. De allí, por la plataforma inferior del puente, regresamos a Porto.

La Ribeira iluminada
Recorremos la Ribeira, bulliciosa y animada. Las terrazas de los restaurantes se ven repletas de gente, huele a marisco y parrilla de pescado, y uno piensa que no estaría mal encontrarse aquí con una amiga en lugar de un buen amigo, para una cena romántica. Pero seguimos pateando, pues aunque turística, recorrer la Ribeira hasta la Praça del mismo nombre es un paseo atractivo, y más allá de las terrazas uno descubre muelles y rincones pintorescos, y restos de murallas que resistieron los asedios de las guerras napoleónicas, y que parecen transportarle a uno a esa época de cañonazos y piratas.
Avenida dos Aliados
Dejando la Ribeira, volvemos a subir hacia la Torre de los Clérigos por callejuelas llenas de restaurantes donde Joseba antes recordaba más bien cutrerío y gentes de mal vivir. Cenamos en un lugar cualquiera de Rua de Cedofeita. De vuelta a nuestro albergue en Sao Bento, en una plaza, junto a una fuente decorada con leones, la chavales le dan al skate, mientras los modernos bailan swing.


Me acuesto en mi litera fatigado y abrumado por tantos estímulos. Una hermosa ciudad, sin duda. Y con contrastes. Una parte señorial, elevada y ajena al río, y de repente se abre como una evidencia el tajo del Douro, y aparecen las riberas, las barcazas, el salitre y el olor a puerto. Y todo ello en una ciudad de pequeñas dimensiones, abarcable y de gentes cordiales. A través de las ventanas se escuchan las gaviotas. Una buena manera de empezar un viaje.










lunes, 27 de abril de 2020

25 de abril, siempre


Un nutrido grupo de escolares acompañados de sus profesores rompió la calma de nuestro café, en una recoleta terraza del Largo do Carmo, en pleno barrio del Chiado.

Se fueron sentando en unas pequeñas gradas frente a un edificio oficial: el cuartel do Carmo. Al son de sus profesores, entonaron “Grandola Vila Morena”, la canción de José Afonso, cuya emisión por radio fue el mensaje clave para la activación de la Revolución de los Claveles.

El Cuartel do Carmo, perteneciente a la Guardia Nacional Republicana, tuvo un papel esencial el 25 abril 1974. Allí se refugió Marcelo Caetano, sustituto del dictador Oliveira Salazar, y allí se escenificó la rendición del Estado Novo frente a los militares del MFA (Movimioento de la Fuerzas Armadas). 
Existe una inscripción en el suelo dedicada al capitán Salgueiro Maia, que perpetúa ese momento. Conocer su historia merece la pena: se la jugó
, hizo lo que tenía que hacer cuando hubo que hacerlo, y después volvió a su vida cotidiana, ni cargos ni influencia.

La Democracia portuguesa tiene su hecho fundacional: La revolución y el espíritu de del 25 de abril, los claveles, y la canción de José Afonso. Los militares democráticos que la encabezaron, hartos de  matar y morir en una absurda guerra colonial en Guinea Bissau, Angola y Mozambique que duraba desde 1961, se empeñaron en que su revolución fuese incruenta.

Pasadas las décadas, un día de labor cualquiera, un grupo de estudiantes abandona sus clases y acude a esta cita con su historia democrática. Sin himnos ni banderas, solo una humilde canción que los portugueses han hecho suya.

No es la mejor versión, ni la mejor cantada, pero cantada en grupo "Grandola Vila Morena" crece. Se trata del flashmove organizado por un instituto de Setubal en el mercado municipal: 
 
En el año 2000, María de Medeiros dirigió la película “Capitanes deAbril” 

Paseando camino de la Alfama y del mirador de Santa Lucía, y justo frente a la Catedral de Lisboa, pasa desapercibido. Entre tanta belleza no es fácil fijarse en al antiguo Monasterio de Ajube. Después fue cárcel de mujeres hasta 1928, y entre 1928 y 1965, encerraron allí a cientos de presos políticos.

Desde el 25 de abril de 2015 el edificio acoge el Museo de Aljube - Resistencia y Libertad, dedicado a la represión política y la lucha contra la dictadura de Salazar.   
No es una visita fácil, mucho hermoso que ver en sus alrededores, y mucho para leer y pensar dentro… sin embargo, transmite una sensación poco revanchista: más parece un homenaje a quienes lucharon contra la dictadura, que una condena de esta. 
Al margen de su contenido, tiene un guiño frívolo: una cafetería en su último piso, con unas vistas espectaculares

Por favor, no busques comparaciones. Aquí nunca fue 25 de abril